No me gusta el frío, ni el color gris, ni las gotas de lluvia en las ventana de los taxis. Pero resulta que despierto hoy (un día de primavera, aunque en esta ciudad nunca se sabe) y me encuentro con una oscuridad invernal a las siete de la mañana que me sume en la inactividad absoluta. Por primera vez me deleito con el contenido del paisaje, intento entender paso a paso que la soledad es un estado maravilloso y hasta masoquista por todas las amargas cualidades que aporta a nuestro ser.
Me instalo en el monitor, pongo un disco de Bessie Smith, comienzo a escribir y siento que las piezas encajan perfectamente. La colección de objetos y ambientación del espacio está en el punto máximo de perfección. No hay nada que hacer, definitivamente todos tenían razón, no es tan malo después de todo.
Sucede que pasan las horas. Son las nueve y treinta minutos de la mañana. El disco de Bessie comenzó a fallar, los rayos de sol emergieron de la nada (literal) y lo que parecía ser un día inspirador (en algún sentido, dadas las circunstancias) acabará con unas cervezas por la tarde y creo estarme alejando de mi centro (tan ignorado y pocas veces recuperado).
Entre otras cosas Maga, deberías alejarte por un momento. Tan solo buscar el refugio en el que las imágenes dejen de convertirse en una secuencia aniquilante. Horacio no está aquí, no hay posibilidad alguna de que culpes a la luna una vez más. Sobre todo por que no estás y de nada serviría intentar regresar al momento exacto. Ya vez que hoy salió el sol para arruinarlo todo y aun así sigues sonriendo cínicamente como todos los días en los que vas muriendo de a poquito.

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